A lo largo de su vida, las estrellas
sufren cambios en su masa, presión, composición y estructura interna
para, al agotar su combustible y dependiendo de su masa inicial, dar
lugar a un objeto compacto como una enana blanca, una estrella de
neutrones o un agujero negro. Podría pensarse que esta agitada
evolución, que incluye episodios explosivos como el de supernova en el
caso de estrellas masivas, debería impedir que las estrellas conservaran
al final de su vida características de sus primeras etapas. Sin
embargo, un estudio realizado por Antonio Claret, del Instituto de
Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC), concluye que, en cierto sentido, las estrellas tienen "recuerdos".
Esta memoria (en términos matemáticos, la función gamma) guarda relación con tres parámetros estelares: por un lado, la energía potencial de la estrella, que surge del hecho de que sea una esfera de gas autogravitante; por otro, su momento de inercia,
que describe su resistencia a girar y está ligado a cómo se distribuye
la masa en su interior (algo parecido al caso de una patinadora, que
puede modificar su velocidad de rotación estirando o contrayendo los
brazos); y, finalmente, el grado de compacidad.
Pero lo verdaderamente fascinante reside en que, tras las fases finales
de la etapa adulta y los procesos violentos que se producen cuando las
estrellas agotan su combustible, una vez que alcanzan su fase de
objeto compacto (sea enana blanca o estrella de neutrones) recuperan
ese valor constante que presentaban en su infancia. "Es curioso
que esta función se pierda para reaparecer en las fases finales. Parece
comportarse como un fósil: después de virtualmente desaparecer, vuelve a
escena y nos aporta información sobre el organismo original", señala
Claret, que ha dado a conocer su trabajo en la revista Astronomy & Astrophysic.
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